No era que no nos alcanzaba la plata.
Era que no sabiamos qué haciamos con ella.
Durante mucho tiempo creímos que el problema era el ingreso.
Que si ganábamos más, se iba a sentir distinto.
Que si llegaba el aumento, el bono, el pedido grande… ahí sí íbamos a respirar.
Spoiler: no pasó.
Ganábamos más. Pero la sensación seguía igual.
Esa frustración constante de saber que trabajás un montón y aun así… no ver la plata.
Nos dolía ver el resumen, así que no lo mirábamos.
Entraba el dinero y lo primero que hacíamos era pagar lo urgente. Después, el resto, si quedaba, desaparecía.
Y no es que no éramos responsables.
Teníamos planillas, presupuestos, el Excel divino.
Pero la verdad es que no los usábamos para tomar decisiones. Solo para sentirnos “adultos”.
Hasta que un día, pasó algo simple, pero bisagra.
Escribimos TODO en papel. Sin filtro. Sin categorías. Sin juicio.
Lo que entraba. Lo que salía. Lo que dolía.
Lo miramos de frente. Por primera vez.
Y ese fue el comienzo.
No fue una herramienta mágica.
Fue una verdad: no se puede ordenar lo que no se quiere mirar.
De ahí en adelante, empezamos a tomar decisiones con más conciencia.
Separamos nuestras cuentas de las del negocio. Creamos una rutina.
Y sobre todo: dejamos de adivinar.
Si te sentís así, tranqui.
Esto también nos pasó a nosotros.
Lo bueno es que se puede ordenar. Paso a paso. A tu ritmo. Con tu realidad.
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